martes, 1 de septiembre de 2015

Perec y la descripción de escenarios



Georges Perec (París, 7 de marzo de 1936-Ivry-sur-Seine, 3 de marzo de 1982) fue uno de los escritores más importantes de la literatura francesa del siglo XX. Novelista, poeta, ensayista, guionista, dramaturgo y autor de obras misceláneas, fue miembro del grupo Oulipo y abanderado del Nouveau roman. Su obra estuvo basada en la experimentación y en ciertas limitaciones formales como forma de creación. Ha sido traducido a más de quince idiomas, pese a no ser un escritor leído por multitudes.

Él y su amigo Raymond Queneau son buenos escritores para leer para aquellos que se adentran, no en el mundo de la lectura, sino en el de la escritura. Perec y Queneau llevaron sus textos a experimentar con la forma a un nivel superior incluso al que se ve en libros como Rayuela de Cortázar. Son altamente recomendables.

Por ahora, los dejo con algunos fragmentos de su novela mas conocida "La vida, instrucciones de uso" que pueden servirles a la hora de describir y adaptar escenarios. Fijense, por ejemplo, como un lugar tan común y cotidiano como una escalera en un edificio de apartamentos, de repente se resignifica y adquiere un nuevo sentido a través de la descripción:

"Sí, podría empezar así, aquí, de un modo un poco pesado y lento, en ese lugar neutro que es de todos y de nadie, donde se cruza la gente casi sin verse, donde resuena lejana y regular la vida de la casa. De lo que acontece detrás de las pesadas puertas de los pisos casi nunca se percibe más que esos ecos filtrados, esos fragmentos, esos esbozos, esos inicios, esos incidentes o accidentes que ocurren en las llamadas «partes comunes», esos murmullos apagados que ahoga el felpudo de lana roja descolorido, esos embriones de vida comunitaria que se detienen siempre en los rellanos. Los vecinos de una misma casa viven a pocos centímetros unos de otros; los separa un simple tabique; comparten los mismos espacios repetidos de arriba abajo del edificio; hacen los mismos gestos al mismo tiempo: abrir el grifo, tirar de la cadena del wáter, encender la luz, poner la mesa, algunas decenas de existencias simultáneas que se repiten de piso en piso, de casa en casa, de calle en calle. Se atrincheran en sus partes privadas —que así se llaman— y querrían que de ellas no saliera nada, pero lo poco que dejan salir —el perro con su correa, el niño que va por el pan, el visitante acompañado o el importuno despedido— sale por la escalera. Porque todo lo que pasa pasa por la escalera, todo lo que llega llega por la escalera: las cartas, las participaciones de bodas o defunciones, los muebles que traen o se llevan los mozos de las mudanzas, el médico avisado urgentemente y el viajero que regresa de un largo viaje. Por eso es la escalera un lugar anónimo, frío, casi hostil. En las casas antiguas había aún peldaños de piedra, barandillas de hierro forjado, esculturas, grandes hachones, a veces una banqueta entre piso y piso para que descansara la gente mayor. En las casas modernas hay ascensores con las paredes llenas de graffiti que quieren ser obscenos y escaleras llamadas «de socorro» de cemento desnudo, sucias y sonoras. En esta casa, en la que hay un ascensor viejo, casi siempre averiado, la escalera es un lugar vetusto, de una limpieza sospechosa, que se degrada de piso en piso siguiendo las convenciones de la respetabilidad burguesa: dos espesores de alfombra hasta el tercero, uno luego y ninguno en las dos plantas que están debajo del tejado."




Les adjunto otros fragmentos del libro que, considero, pueden ser de gran utilidad:


"El salón de la señora de Beaumont está casi enteramente ocupado por un gran piano de concierto, en cuyo atril se puede ver la partitura cerrada de una famosa canción americana, Gertrude of Wyoming, compuesta por Arthur Stanley Jefferson. Un hombre viejo, sentado delante del piano, con la cabeza cubierta con un pañuelo de nailon de color naranja, se dispone a afinarlo.
En el rincón de la izquierda hay un gran sillón moderno, hecho con una gigantesca semiesfera de plexiglás ceñida de acero y montada sobre una base de metal cromado. A un lado, sirve de mesa un bloque de mármol de sección octogonal; encima de ella hay un encendedor de acero y un macetero cilíndrico del que emerge un roble enano, uno de esos bonzai japoneses, cuyo crecimiento ha sido controlado, frenado y modificado hasta tal punto que presenta todos los signos de la madurez e incluso de la vejez sin haber prácticamente crecido, y cuya perfección, al decir de quienes los cultivan, depende menos de los cuidados materiales que se les prodigan que de la concentración meditativa que les dedican sus cultivadores.
Muy cerca del sillón, directamente sobre el parquet de tono claro, hay un puzzle de madera, cuyos cuatro lados están prácticamente reconstruidos. En el tercio inferior derecho se han unido unas cuantas piezas suplementarias: representan la cara ovalada de una muchacha dormida; sus cabellos rubios enroscados en forma de corona sobre la frente se mantienen gracias a un par de cintas trenzadas; su mejilla descansa sobre la mano derecha, cerrada como una caracola, como si escuchara algo en sueños."




"Un salón vacío en el cuarto derecha.
En el suelo hay una estera de cisal trenzado, cuyas fibras se entrecruzan para trazar motivos en forma de estrella. En la pared, un papel pintado imitación tela de Jouy  representa grandes veleros portugueses de cuatro palos, armados con cañones y culebrinas, que se aprestan a atracar en un puerto; el foque y la cangreja se hinchan con el viento, mientras los marinos, encaramados a las jarcias, cargan las otras velas.
En las paredes hay cuatro cuadros.
El primero es un bodegón que, a pesar de su factura moderna, evoca bastante bien aquellas composiciones ordenadas en torno al tema de los cinco sentidos, tan difundidas por toda Europa desde el Renacimiento hasta las postrimerías del siglo XVIII: sobre una mesa están dispuestos un cenicero en el que se consume un habano, un libro del que se pueden leer el título y el subtítulo —La sinfonía incompleta, novela—, pero no el nombre del autor que queda escondido, una botella de ron, un bilboquet y un montón de frutos secos en un frutero: nueces, almendras, orejones de albaricoques, ciruelas pasas, etc.
El segundo representa una calle suburbana, de noche, entre solares vacíos. A la derecha hay una torre de alta tensión cuyas vigas llevan en cada una de sus intersecciones una potente lámpara que está encendida. A la izquierda, una constelación reproduce, invertida (la base en el cielo, la punta en el suelo), la forma exacta de la torre. El cielo aparece cubierto de fluorescencias (azul oscuro sobre fondo más claro) idénticas a las de la escarcha en un cristal.
El tercero representa un animal fabuloso, el tarando, cuya primera descripción se debe a Gélon el sármata:

«Es el tarando un animal grande como un joven toro, de cabeza como de ciervo, aunque algo mayor, adornada con astas largas y ricamente ramificadas, pata hendida, pelo largo como de oso grande, cuero algo menos duro que una coraza. Pocos se han visto en Escitia, pues muda de color según la variedad de sitios en que pace y mora, con lo que viene a representar el color de hierbas, árboles, arbustos, flores, lugares, pastos, peñas y, en general, de todo cuanto le es vecino; esta propiedad le es común con el pulpo marino, que es el pólipo, con los toes, con el licaón de la India y con el camaleón, que es como un lagarto tan admirable que sobre su figura, anatomía, virtudes y propiedad mágica escribió Demócrito un libro entero. Así lo vi yo mudar de color, no sólo por su vecindad con cosas coloreadas, sino por sí mismo, por efecto del miedo y otros sentimientos que tenía; como sobre una alfombra verde lo vi verdear, y, al poco tiempo, volverse amarillo, azul, pardo y violado, como vemos la cresta del gallo de Indias, que muda de color según sus pasiones. Lo que más admirable nos pareció en el tarando fue que no sólo su rostro y piel sino todo su pelo tomaba el color de las cosas a él vecinas.»

El cuarto es una reproducción en blanco y negro de un cuadro de Forbes titulado Una rata detrás del tapiz. Este cuadro se inspira en una historia real que sucedió en Newcastle–upon–Tyne durante el invierno de 1858."

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